Los días por la esta época solían ser muy calurosos en el pie de monte llanero; aquella tarde de regreso a casa, después de la jornada cotidiana y mientras cruzaba el rio Guayabero, veía a la distancia sobre las oscuras aguas asomarse las babillas que al acercarnos, se sumergían quedando al asecho bajo el agua esperando que nuestro pequeño y maltrecho bote zozobrara para hacer de nuestros sudorosos cuerpos el suculento alimento cotidiano.
El nativo Barquero al conocer mi ruta diaria y con una risa burlona me comentó: - Paisita, ese camino está maldito y quien se atreva a cruzarlo de noche, seguro que se encuentra con el arriero mueco. Reí de su historia, pues mi incredulidad absoluta en ese momento frente a los temas paranormales no me permitían dar crédito a historias semejantes; ya al otro lado del rio, empecé mi travesía acompañado solo de una vieja linterna ataviada con unas pilas gastadas que a duras penas lograban mantener un tímido rayo de luz amarillenta que se tragaba la oscuridad de la noche al compás de la sinfonía natural de grillos y ranas de la región; mi meta en ese momento era una sola, llegar a mi casa en la parte alta de la Serranía al final de aquel serpenteante rocoso y selvático camino, donde me esperaba mi compañera de vida por muchos años y con quien tenía una gran conexión espiritual.
La oscuridad se adueñó del lugar a toda prisa y solo algunas estrellas se podían divisar por entre las ramas de los árboles, pero aquel día y ante el relato del barquero un temor inusual se apoderó de mi ser, haciéndome acelerar el paso para culminar el trecho que me separaba de mi destino final; había pasado más de una hora por aquel camino en medio de la selva cuando de repente el rugir de un felino habituales en la zona, me sobre saltó y fue cuando a unos metros, entrapada por los árboles una sombra cubierta por una luz rojiza, detuvo bruscamente mi apresurada marcha para en medio de mi asombro tratar de identificar el fenómeno que tenía frente a mis ojos, ahora a muy poca distancia al parecer emitía un ruido que era inaudible pues lo ahogaba mi respiración agitada por el cansancio; quedé paralizado al ver aquella aparición, cuando la distancia se hacía más corta empecé a oír el galopar de un caballo que poco a poco pude distinguir en medio de aquella luz rojiza que envolvía al animal y su jinete.
Ante semejante cuadro a escasos metros, me detuve a escudriñar lo que podía, fue cuando aquel animal estuvo tan cerca, que pude distinguir el negro intenso y brillante de su piel y los grandes ojos de fuego enmarcados por la aureola rojiza que en ningún instante se apartaba de la dupla; también, pude detallar el atuendo y características del jinete, lucía una amplia capa negra de terciopelo; su horripilante cara hacía juego perfecto con la estrepitosa carcajada que retumbaba en la inmensidad de la selva; sin poder siquiera intentar detenerle, como un rayo de luz, me tomo por el cuello y sin saber cómo, sacó de mi cuerpo físico mi esencia, dejándolo tirado y llevándome consigo en aquel brioso corcel a velocidades inimaginables hasta mi casa, en cuestión de segundos estaba allí; en ese momento conocí el motivo principal de aquel encuentro inolvidable con aquel ser inconfundible y era presenciar en tiempo real el génesis de la leyenda del arriero mueco.
Observé en primera fila, cómo asesinaba sin piedad y con sevicia a esa indefensa y pobre anciana que suplicaba por su vida en medio de sollozos y llanto desgarrador... su madre!! Acto seguido la descuartizó; y sin pronunciar palabra alguna sepultó las partes envueltas en bolsas plásticas en una reducida e improvisada fosa en la mitad de la sala de aquella casa; de inmediato. montó su caballo que había permanecido expectante ante la acción de su jinete quien dejó ver su risa sin dientes y huyó velozmente como apareció.
Tardé no sé cuánto tiempo regresándome por el sendero para volver a recuperar mi cuerpo tirado a la vera de aquel camino y solo hasta el amanecer logré penetrar nuevamente en él y atropelladamente emprender mi regreso de aquella pesadilla a mi hogar, mi corazón latía agitadamente tanto que mi compañera de vida por mucho tiempo despertó y me manifestó haber soñado una situación semejante a la vivida aquella noche por mí; decidimos comentarle al párroco del lugar lo acontecido; y nuestro relato de lo vivido por mí y soñado por mi compañera, sirvió para que este solicitara a la arquidiócesis, le enviaran a un monseñor experto en esos casos, quien meses más tarde en compañía de una numerosa delegación de la fiscalía jamás vista en esos parajes a bordo de varios caballos reclutados en los entornos y después de llenar los requisitos de rigor excavaron en la sala de la casa y efectivamente hallaron una osamenta fragmentada en la improvisada fosa con características según los forenses especializados de ser de una mujer anciana y que reposaban allí por muchos lustros, al parecer más de ciento cincuenta años.
Junto a mi compañera regresamos a nuestro terruño de origen, con la satisfacción de haber servido de gestores en la desaparición de aquella leyenda que por muchos años asoló los caminos; ahora según me comenta mi compadre en el lugar, desde que ocurrió este episodio y la osamenta fue sacada del lugar, jamás volvió a hacer su aparición aquel espanto y los caminos son ahora libres de mitos y leyendas, transitados por los vecinos; muchos jóvenes que van y vienen a altas horas de la noche, no imaginan que años atrás no se podía hacerlo como ahora...